La Columna de los esclavos

“La Plaza de Ocaña llamada “Plaza 29 de Mayo”, está situada en el corazón de la ciudad (…), batida libremente por las brisas del norte, grande, espaciosa y llena de luz, embellecida por el frontispicio de la iglesia mayor y su torre, como por su lindo paseo de camellón embaldosado que acaba de construirse y sombreada por lozano parque. Interesa más que todo la tosca columna que ostenta en su centro, sin belleza ni ornamentación alguna, mas ella es el orgullo y la síntesis de gloriosas tradiciones”.

Estas palabras fueron escritas, en julio de 1894, por Eustoquio Quintero, sin duda el primer historiador que tuvo Ocaña, y son una muestra vivísima de la significación que ha tenido para los ocañeros este sencillo monumento durante casi siglo y medio.

Hace unos siete años (1989), cuando se efectuó la remodelación del terreno adyacente a la columna ésta se hallaba desnuda, con el ladrillo que la constituye expuesto a la acción de los factores atmosféricos.

La sección de Monumentos Nacionales, dependencia del Ministerio de Obras Públicas comisionada para la conservación de las construcciones históricas del País, luego de un concienzudo estudio, determinó que la Columna debía ser enjalbegada, es decir, recubierta y pintada de blanco; las protestas de la gente no se hicieron esperar.

 Y es que los ocañeros guardan, “in pectore”. un conservatismo mal entendido y peor cultivado. A muy pocos se les ocurrió averiguar si el aspecto “desnudo” de la columna era el original. Pues bien, la misma crónica de Eustoquio Quintero, que hemos citado, afirma que “aquella blanquísima columna resalta como el botón de una azucena”, lo cual es una manera de decir dos veces que la columna era blanca en 1894. Igual cosa deducimos de la fotografía publicada en la contraportada del folleto “Poesía Popular de Ocaña”, perteneciente al Banco Fotográfico Saúl Calle, en la cual se aprecia claramente que en 1886 la columna era blanca, y apenas tenía 34 años de edad.

Este singular monumento, único en su género por lo que conmemora y por el aspecto arquitectónico, fue erigido por iniciativa del cartagenero Agustín Núñez, a la sazón gobernador de la Provincia de Ocaña. Previendo la aplicación de la Ley que abolió definitivamente la esclavitud en Colombia y que debía entrar en vigencia el 1º de enero de 1852, Núñez tuvo la original idea de perpetuar el hecho en una obra material y ordenó construir la columna, formada por cinco anillos concéntricos que simbolizan los cinco países bolivarianos.

Raúl Pacheco Ceballos cita, en “Gobernadores y Jefes Departamentales”, un informe de la Secretaria de Asuntos Exteriores de la cual se concluyen dos fechas bien determinadas: la primera piedra de la Columna se colocó el siete de diciembre y el monumento fue inaugurado el 22 del mismo mes de diciembre de 1851, pues para esta última fecha, “la columna que ya está concluida, tiene diez varas de largo y sobre la cúpula flamea el pabellón Nacional, según participa el se flor gobernador en nota de 22 de diciembre”. Como todo pueblo que posee tradiciones ancestrales, el ocañero ha tejido varios mitos alrededor de la Columna: se dice que en la base de ella hay tres urnas, una de vidrio, que contiene el texto de la ley y los nombres de los esclavos manumitidos, la cual se halla dentro de otra de madera y esta última dentro de una tercera de hierro; que la base de la columna se construyó con los ladrillos teñidos con la sangre de Miguel Carabaño, Salvador Chacón e Hipólito García, fusilados en la plazuela de San Francisco, por orden de Morillo, el 9 de abril de 1816; que el mismo Carabaño había predicho la erección de un monumento con las piedras que iban a recibir su sangre y la de sus compañeros; que hay personas en Ocaña, de la “sociedad”, que no permitirán el conocimiento público de los nombres de los esclavos que obtuvieron la libertad pues ello iría en desmedro de su prosapia, et sic de coeteris.

Mientras tanto, la columna conmemorativa de la libertad de los esclavos sigue allí, como esas abuelas silenciosas que no necesitan hacer nada porque su presencia basta para recordar a toda la familia quienes son y de donde vienen.

Tomado de la Revista Hacaritama
Academia de Historia de Ocaña
Escrito por:Wilson Enrique Ramírez